Tuesday, April 1, 2014

"Posa ahora su mano en su mejilla ¡oh, quien fuese guante para cubrir esa mano y tocar esa mejilla!"-Romeo, Jardín de los Capuleto, Escena II, Primer acto.
Lo cierto era que Jake jamás había sido un amante de la literatura. Odiaba la palabras escrita con tanto fervor como solía amar el caos que acostumbraba a reinar en su vida. 
Creía firmemente que toda palabra escrita era una emoción enjaulada, un instante, un aliento, un sentimiento, lo más preciado que la vida podría ofrecer y ofrecería jamás enjaulado sin justicia ni piedad en algo tan vano y despreciable como un simple papel. 
Le parecía insolente que un vulgar ser humano tuviera el descaro de hacer siquiera un intento de robar a un instante su grandeza comprimiéndolo en llana tinta. Nadie daba derecho a un escritor a encerrar aquel suspiro que alguna vez algo les arrancó entre sus folios.
Y no obstante, en el fugaz segundo en que aquella conocidas ondas dejaron de suspenderse en el aire para precipitarse sobre los delicados hombros que querría salvaguardar del frío despiadado, entendió que aquella arrogancia podría no ser tal.
Porque no, no creía en Romeo ni Julieta, ni había entendido ni creía llegar a entender jamás los versos de Shakespeare, pero en ese momento, justo cuando otra lágrima disfrutó de los últimos segundos de su breve existencia al destellar como un diamante antes de estrellarse en el hormigón, supo comprender el sentimiento que había tras aquella frase. 
Deseó ser lágrima y acariciar esa mejilla y anheló ser la que la siguió y rozar aquellos labios hasta que en ellos no pudiera dibujarse nada más que una sonrisa.
Avanzó un paso y el crujir de un par de piedras bajo sus pies le recordó su presencia en el escenario del que tanto pensar le había hecho sentir espectador. Serena no se inmutó y el apreciarlo le hizo sentir desgarradoramente culpable. Pensarse culpable de haberle causado una pena lo bastante abrumadora como para resultar aislante era mucho peor que la quimioterapia.
Ella parecía intentar calmarse por todos los medios y respiraba con dificultad. Se acercó y la abrazó. Su cuerpo, menudo en comparación,tembló como una endeble llama al crepitar y se tensó hasta que el suave viento quiso transportar hasta su nariz el agradable aroma de él. Al identificarlo pareció sentirse un poco más segura. Cerró por un segundo los ojos y sus largas pestañas se unieron en dos amplios abanicos bañados en llanto, apoyándose en sus mejillas.
Incapaz de hallar tan rápidamente las palabras precisas para consolarla, él alzó la mano y retiró las lágrimas que se agolpaban y rodaban por su piel sin descanso con una suave caricia.
De estar frente a cualquier otra las palabras de consuelo habrían salido de sus labios con la soltura y poesía más perfectas. Porque, de ser cualquier otra, sería solo un jugador entreteniéndose con una partida más de su juego preferido. Pero con ella era diferente.
Con ella aquel jugar, aquel decir sin jurar, besar sin sentir y probar sin vivir no tenía cabida alguna. No podía recitar a su oído versos aprendidos de memoria sin temer topar en su interior los sentimientos en ellos descritos, ni derrochar caricias como quien tendía las redes de una trampa sin tener la preocupación de resultar ser él la presa.
-No llores…-suplicó más que dijo-no quería…-se detuvo y, como si fuese vital el hacerlo, se corrigió-nunca querría.
Ella dibujó una sonrisa haciendo un esfuerzo sobrehumano y Jake se paralizó.
-Nunca hagas eso por mí, por favor. Eso es mucho peor. Esa sonrisa es tu llanto sin lágrimas.
Y lo era. Lo era porque el conocía todas y cada una de sus sonrisas, y aquella era la más infame de todas.
Aquella curva en sus labios era más triste que cualquier llanto incesante, porque los labios reían, pero nada en ella les acompañaba. Sus ojos lloraban secos y su rostro perdía la luz con que habitualmente resplandecía. Era exactamente como el canto de un pájaro enjaulado: hermoso en sí mismo, pero trágico en su contexto y significado.
-Yo no tengo un llanto sin lágrimas-quiso sonar convincente, pero su expresión delatada que se sentía, de algún modo, atrapada en su farsa.
-Lo tienes-la cortó, aunque su voz era suave-y no hay razón alguna para que…
-La hay. La gente es más feliz cuando te ve feliz. Y yo solo quiero hacer felices a los demás-miraba al suelo, como si temiera que su mirada fuese a encontrar en sus ojos un miedo inusitado o la sombra de los secretos que tan bien había sabido guardar bajo llave-para que así tenga algún sentido…
-¿Algún sentido qué?
-Mi vida. Es tan injusto que yo…y tú…
-La vida no tiene por qué ser justa ni tener un sentido trascendental. Es solo el modo en que pagamos nuestras deudas.
-¿Deudas?
-Lo que vivimos, lo que sufrimos, no es más que el precio de nuestros sueños.
Ella le miró con cierto deje anonadado. No la asombraba que Jake pudiese ser capaz de pensar algo así-siempre había sabido que él era mucho más que la fachada de inconsciente que mostraba a los demás-pero le extrañaba que hubiese llegado a verbalizarlo, diciéndoselo con la misma suavidad y calma que si estuviese hablando del tiempo.
-Y aún así, aún si solo es eso-prosiguió- tu vida es tuya, y tienes que vivir para ti ¿no lo entiendes? No puedes ignorar todo lo malo para que nadie se de cuenta de lo que estás pasando o evitar que se vean sumidos en ello, porque la tristeza también es parte de la vida…y solo tenemos una.
-Solo una-repitió ella, triste-tan corta…
-Tan corta que da miedo…tan frágil-tomó su mentón y lo alzó con suavidad para mirarla a los ojos, como si con ello fuese a asegurarse de que era real y estaba allí-como para ser valiosa valiosa-le dedicó una sonrisa triste-que es única, irrepetible…como quienes la viven. Por eso…porque somos únicos, no tiene sentido esconder parte de nosotros solo porque no sea agradable para todo el mundo. No hablo de ser egoísta. Hablo de ser feliz, porque solo tenemos una oportunidad para ello.
-¿Entonces por qué te escondes? ¿Por qué te empeñas en que todos vean al lado de ti que bebe aunque sea peligroso,se ríe de la vida y la muerte pero escondes la que dice estas cosas?
-No es lo mismo…-trató de excusarse.
-No, es peor, yo escondo lo malo y tú lo mejo…-el sonido de su móvil la hizo callar.
Palideció súbitamente, a sabiendas de que solo una voz podía estar al otro lado de la línea; una cuyo recuerdobastaba para hacer añicos todo atisbo de recobrada estabilidad.
Jake observó con horrorizado pero discrero asombro la siniestra metamorfosis que el repetitivo sonido del aparato había obrad en ekka. Reparó entonces en la temblorosa mano que, con temor, asía el objeto sacándolo del bolso que sostenía.
-Yo…yo…lo siento…tengo que…cogerlo…debo…irme-cualquiera podría creer por su expresión que lo que soatenía era una granada y no un simple revolrijo de metal, plástico y minerales-perdóname.
Pese a que se apresuró en marcharse, sus pasos delataban su deseo de permanecer con él, en aquel instante, para siempre.
Incapaz de rolerar la duda de qué podría despertar en ella semejante reacción, Jake se aproximó a escondidas al lugar por el que la trémula figura de Serena había desaparecido, difuminándose en el color de la ligera tela de su vestido. Pegó la espalda a labpared y trató de respirar con sigilo.
-¿S-sí?-la voz femenina y dulce de ella escapó de sus labios en un frágil hilo, viéndose rápidamente por otra opuesta.
Se trataba de na voz de hombre-grave, estridente y violenta-en cuyo tono resultaba evodente la ambriagez de su propietario, razón de que, desde la posición de Jake, sus palabras resultasen ininteligibles.
-No, por favor…volveré a casa enseguida-fue la contestación que recibió el hombre al que hablaba, sentado en una butaca tapizada en un cuero oscuro repleto de quemaduras de cigarro.
Sostenía en una mano el teléfono y en la otrs una botella de whisky, mirando un viejo televisor cubierto de golpes y arañazos, como todos y cada uno de los deteriorados muebles que poblaban la casa.
La pintura de las paredes estaba cuarteada y por veces teñida del verde de la humedad, fruto de goteras y ventanas rotas cuyos restos podían encontrarse aún en el suelo, podrido por el agua.
Todo allí se quejaba de la decadencia y violencia vividas, todo, todo, y más que nada aquella sonrisa. La misma que Jake tanto detestaba, aquella que todo lo escondía y sepultaba.
Nada más acertado que aquellas palabras, aquella definición, nada más adecuado que llamarla llanto sin lágrimas.

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